El Castillo de Barbazul
SCORE: 6.9 Béla Bartóks de 10
La música siempre parece transformarse dependiendo del estado anímico -entre otros factores- del escucha. Las melodías luchan y se esfuerzan por hacer simbiosis con la psique, hasta que después de cierto tiempo y cientos de intentos más tarde, esa canción, álbum o género con el que no se lograba congeniar encuentra el momento perfecto y por fin es capaz de permear la coraza involuntaria que se forma para proteger al individuo de las nuevas experiencias.
Mi relación (que, debo admitir, es bastante corta) con el sonido de El Castillo de Barbazul fue uno de esos casos en donde la música forcejeó y extendió sus raíces hasta quedar asentada e inamovible, después de las repetidas escuchas a su EP debut desde su día de lanzamiento.
Y no es que existiera una renuencia anticipada y premeditada, pero al finalizar las primeras visitas a su material, era difícil ignorar ese sentimiento amargo y confuso al haber experimentado algo que pudo ser épico, pero que terminaba flaqueando y viniéndose cuesta abajo -al más puro estilo de Sísifo (proggers love them some mythology)- debido a sus indulgencias y a la falta de un sello propio.
Los paralelismos con otras bandas locales del género fueron inevitables. La Tira Cómica, Perihelios y Casa Wagner son puntos claves de referencia. Pero, donde estas bandas triunfaban al tratar de alejarse, o alterar, los clichés del sonido progresivo (Perihelios con sus tintes post-rock, La Tira tomando tanto de Gentle Giant y el bossa nova como de The Cure y Tortoise), El Castillo de Barbazul se encasilla en esta zona de confort y, salvo algunos destellos de verdadera grandiosidad y desviación, no suena a que quieran salir de ahí. Esa resistencia es bastante manifiesta, pues la mayoría de las composiciones que le dan cuerpo a esta obra, no dejan mucho a la imaginación en cuanto a las influencias que yacen tras el telón y marcan la pauta de los ritmos y técnicas a utilizar.
Esto no debería de sorprender tanto, ya que el cuarteto tijuanense se describe a sí mismo como "rock progresivo"; sin tapujos ni adornos innecesarios. No hay un guión que hile este estilo con otros como ya es moda entre muchas bandas actuales; no leemos "rock progresivo-ambient-jazz fusión-klezmer-ad infinitum..." bajo la sección de "Género" en sus redes sociales. Es un buen gesto de sinceridad por parte de la banda y al hacer esto, se muestran tal como son y el producto final se digiere mejor al estar libre de pretensiones.
Hay ambición en la estructura de cada tema, y esto se hace notar en la escala gigantesca que la mayoría de las canciones aparentan tener, pese a su poca duración -el tema más largo dura apenas 5:50- y las dinámicas son manejadas a la perfección, pues a pesar de las diferentes partes que conforman a cada pieza, en ningún momento se sienten saturadas (sólo en la mezcla de audio), y la impresión de su magnitud no se debe a que la escucha se vuelva un acto tedioso.
La ejecución instrumental está muy bien lograda, en especial el acoplamiento del piano, bajo y batería. Durante las primeras tres canciones, la guitarra incurre en "indulgencias progresivas" que no siempre funcionan; algunos de los requintos suenan a una improvisación que tambalea sobre una base rítmica bastante sólida, lo cual hace resaltar de sobremanera su movimiento desorientado. Haciendo a un lado esos deslices, la guitarra funciona como una fuente de agresividad ocasional que complementa bastante bien el sonido y su punto a favor es que es utilizada con moderación. Uno de los mejores ejemplos de esta dinámica, es en Aquelarre, donde la dupla guitarra-bajo crean un efecto casi grunge o sludge, con un riff que se arrastra, alentando el tempo de la canción por unos breves segundos. Este mismo tema se resuelve en un outro bellísimo, una especie de quimera entre Camel y Godspeed You! Black Emperor en sus momentos más optimistas.
Son estos pasajes gloriosos donde, si bien no se desvían del género en cuestión, el conjunto logra crear vestigios de lo que podrían llegar a ser en un futuro.
Sin duda alguna, el piano es el instrumento destacado debido a su versatilidad y uno de sus mejores momentos es durante el primer minuto de El Anciano de los Días pieza con la que abre el EP.
En este preludio, el teclado junto con la batería, nos preparan para un sonido que promete ser el de un trío de jazz. Sin embargo, un par de barras antes de que la banda entera entre en escena, el piano cambia a un arpeggio que, aunque no suene similar, funciona como un homenaje al intro de Firth of Fifth; incluso la banda irrumpe de manera similar para dar comienzo al tema.
El Ascenso de Keops y Saturno Devorando a un Hijo se pueden considerar los puntos altos de todo el EP, en cuestión de que la calidad es más constante durante toda la canción. La guitarra se presenta con más reserva, en un rol que sirve para complementar y no para ponerse bajo el spotlight. Los clichés progresivos son más sutiles y por lo tanto, se puede reconocer que se trata de una banda nueva y no de un prog revival act. Lo que hace sufrir un poco a estas dos piezas, es el uso de un theremin (o un preset de teclado que suena a uno) ya que no suena del todo integrado y hasta puede llegar a sonar un tanto cómico (como un Mats/Morgan Band, pero con menos cucharas) restándole urgencia a los temas que indudablemente son los más pesados.
Saturno explota al más puro estilo de Il Balletto di Bronzo en un final que desborda intensidad y energía a través de cada una de las notas emitidas por los instrumentos, para pasar a convertirse en una total recompensa por el tiempo invertido y en el que El Castillo de Barbazul nos presentó su evolución en tiempo real, a lo largo de 6 canciones.
Tocar rock progresivo ya es un acto acrobático en sí, y el mérito en el aspecto técnico no se puede minimizar en lo absoluto. Barbazul lleva relativamente poco tiempo en la escena local, y lo que ofrecen en esta breve primer entrega es un retrato a medias de lo que nos espera.
g.n.h.
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