Reseña: Rogelio Sosa - Eclíptica Vol. 1 y 2

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Rogelio Sosa
Eclíptica (Vol 1 y 2)
SCORE: 8.3 soles de 10

Rogelio Sosa se aleja un poco de su lado más gutural, para adentrarse en terrenos más espirituales, en una obra que, con sus referencias a rituales y al misticismo, podría funcionar como el score alterno para Altered States

Eran las 4am cuando desperté. Mi libreta estaba a un lado de mí, las almohadas estaban en una posición extraña -una sobre la otra, formando una quimérica silueta- y un sonido quería abrirse camino desde el fondo de las cobijas. Una tenue incomodad me invadía, pues la razón de mi despertar tan repentino fue un mal sueño. 
Al quitar todas esas capas de tela con las que había decidido taparme en esa helada noche, una resplandeciente nota sostenida y deforme por fin  pudo tomar aire para después soltar un tímido, pero espectral, grito en medio de la oscuridad que rodeaba mi recámara. 
Se trataban de los últimos minutos de "Solsticio" y de las primeras notas de "Altar", temas con los que comienza el volumen 2 de Eclíptica, la nueva obra del compositor y artista sonoro, Rogelio Sosa.  

Quedarme dormido al compás de las piezas de Sosa no es algo que hubiese sido posible en sus trabajos anteriores. No lo digo como un insulto insinuando que su material más reciente sea soporífero. Al contrario, las texturas y resonancias son altamente hipnóticas, envolventes y muy bien medidas, dejando fuera mucha de esa indulgencia en la que el arte sonoro puede caer en nombre de la experimentación; pero, por ejemplo, nunca hubiese podido conciliar el sueño al escuchar Raudales (2011), y de haberlo logrado, probablemente hubiese despertado de sobresalto al escuchar se violento ejercicio sonoro que consistía en "cortar-repetir-acelerar-cortar-cortar-ad infinitum" del tema "Puber-Hostil". 
El punto es que Sosa nunca había logrado este nivel de inmersión en su trabajo. Muchas de sus obras pasadas se basaban en golpes viscerales de sonidos industriales y la saturación. En Eclíptica, el compositor mexicano se enfoca en crear una ambientación más "amena" (uso esta palabra con cuidado, pues de ninguna manera este es un trabajo fácil de digerir y mucho menos se trata de ambient para darle soundtrack a tus sesiones de yoga) en la que la saturación, que ya es la firma musical del artista, es una ilusión más que un recurso a utilizar. 
Rogelio logra esto al crear secuencias que van evolucionando lentamente -de manera casi imperceptible- dejando al escucha en un estado de trance mientras espera que los temas lleguen a una resolución. 

En lugar de saturar con sonidos, satura con la idea de sonidos. 

Esta placa doble maneja una narrativa similar, pero contada desde dos perspectivas diferentes. Si hay un común denominador, es que ambos tomos dan la misma impresión respecto a la composición de sus piezas, y es que estas parecieran avanzar por sí solas, pero no a voluntad propia, sino hipnotizadas, como en esa secuencia de la presentación de Volk, en el remake de Suspiria. Podemos imaginar a Rogelio desde la sombras, haciendo movimientos circulares con sus manos para dar comienzo a la obra. 

El primer volumen está envuelto en una impenetrable umbra, lleno de referencias a la noche y con un ominoso augurio que sofoca con sus texturas secas que reptan por las bocinas. Hay una resonancia metálica siempre presente, que flota como un fantasma que se rehúsa a dejar este plano. Esto puede recordarnos a trabajos como el  de Nick Parkin, en especial su álbum Refract, donde una palpable textura acuosa resonaba a lo largo del disco. 
Los sonidos que se desprenden de este setup, el cual consistió de un circuito a base de pedales de efectos para guitarra, se revuelcan y se retuercen sin cesar en un círculo vicioso desencadenado por Sosa; el artista va apilando cuidadosamente más y más texturas, no a manera de capas, sino de repetitivos ciclos, generando un clímax que se va reinventando a sí mismo a lo largo de las canciones, creando tensión y expectativa en el escucha, pues estas parecen no tener dirección o meta alguna. 
"Figuras de Lumbre" es la única pieza que cuenta con un final discernible al llegar a su cúspide sonora con un fulminante estruendo que se ahoga sin dejar rastro. 
El tema que le sucede, "La Danza de los Brujos" es el que más se aproxima a contar con una melodía; sin embargo, se trata de una breve escala con un desgarrador timbre oxidado y atonal. 
Las notas son amorfas y su cadencia es descuadrada como el de la flama de una vela que se mueve con el viento antes de apagarse. 
Lo que caracteriza a este primer tomo es su estridencia, pero es una estridencia contemplativa, en la que uno puede resguardarse, pues no es ejecutada con violencia. Simplemente se trata de ese torrente de pensamientos y emociones incontenibles que te invaden antes de lograr poner la mente en blanco para meditar. 

El segundo volumen no es tan sofocante. Las piezas ahora cuenta con más espacio para que los elementos que las conforman se muevan libremente dentro de estas. 
Ese reverberado metálico que embrujaba el tomo anterior sigue presente, pero ahora con un tono más pulido y brillante; ya no cuenta con ese sonido oxidado y opaco que causaba vibraciones irregulares. 
"Constelaciones Imposibles" y "Quimeras en el Desierto" se mueven como si pendieran de un hilo esperando a que el viento las haga sonar al chocar con algo a su alrededor. 

En los títulos encontramos más referencias a la luz y al amanecer; sin embargo, aún con toda la iluminación que se asoma, los tracks nunca pierden su aire misterioso; no se trata de un sosegado alborecer; se trata de un desolado y tenebroso crepúsculo después de haber pasado una inacabable noche atormentado por terribles pensamientos y tortuosas imágenes recurrentes que te robaron el sueño. 

Ahora rondas por los paisajes arenosos, en una eterna búsqueda de algo que desconoces, condenado a nunca más querer cerrar los ojos. 

g.n.h.





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