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Proyectando toda esa magia y misterio inherentes a Islandia, Kælan Mikla hipnotizó e hizo bailar a un público bastante entregado, en un set que, de no ser por unos ligeros detalles en la ejecución, pudo haberse confundido con playback por esa confección tan fiel a su material de estudio. El trío de synthwave demostró bastante madurez musical y se mostró agradecido con su audiencia, quienes no dejaron de moverse ni un segundo.
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A lo largo de este año, Tijuana ha sido sede de bastantes shows de alto caché (en lo que se refiere a la escena independiente). Claro, muchos se han enfocado más en satisfacer la necesidad de la demográfica "Keep Tijuana Trendy" en lugar de "Keep Tijuana Innovative and Interesting" pero no se puede negar que ver carteles con nombres que vayan desde Puce Mary a Chicano Batman resulta bastante emocionante. Ya sea trendy o avant-garde, esto supone un florecer de la escena musical local. Se generan nexos y lazos que ponen a Tijuana en el radar de artistas que tal vez no habrían volteado a este lado para buscar música nueva. Es un momento privilegiado para la nueva generación y es por eso la importancia de apoyar (dentro de lo posible, pues no a todos les es posible pagar una entrada que supere los $150) estos eventos.
Una vez más, Moustache/Nómada fungió como el punto de encuentro para una ceremonia musical; en esta ocasión, fue una llena de matices oscuros, pero con hilos de luz que se difuminaban entre una mística neblina. Frente a una cantidad modesta de audiencia -pero que, con total entrega, compensaron todo ese espacio vacío- Kælan Mikla se desenvolvió totalmente sobre ese escenario que ya ha sostenido el peso de artistas de la talla de Low y Julia Holter, confirmando ese encanto que cautivó al mismísimo Robert Smith al punto de sentirse compelido a invitarlas a formar parte de la alineación del Meltdown Festival, que en su edición más reciente, fue curada por el icono del post-punk.
Antes de que diera comienzo el show, quedé de verme con dos integrantes de Cave Echoes y su manager, quienes le brindaban un breve tour por la sexta a Sólveig (tecladista) y Kinnat (encargada de visuales y mercancía). Tras perderme por unos segundos (pues tenía más de 7 años sin entrar al Zebras) por fin llegué a la apretada mesa en la que México e Islandia convivían con cerveza en jarra y una ronda de shots de mezcal y pude agradecerles por el tiempo que se tomaron para contestar la entrevista que les envié unos días antes; después de una breve plática sobre cómo en Islandia es costumbre ahumar los alimentos con excremento de oveja (yummy) y de su incertidumbre al recibir ese correo electrónico por parte del Sr. Smith, nos dirigimos al Moustache/Nómada caminando por la desolada acera de la renovada -y terriblemente irreconocible- calle 6ta.
El recinto ya contaba con audiencia y mientras se hacían los preparativos finales para arrancar la noche, poco a poco fueron apareciendo más y más rostros. La playlist bastante ad hoc se fue apagando y comenzaron a sonar unas tétricas notas provenientes de un solitario bajo. La gente formó un semicírculo frente al escenario y cada uno de los integrantes de la primer banda asumió su rol.
El honor de abrir este evento cayó en manos del cuarteto tijuanense de post-punk, Cave Echoes, quienes con su densa mezcla de ritmos repetitivos, potentes bajeos y riffs que no estarían fuera de lugar en un álbum de black metal, obligaron a un atento público a hacer headbanging y bailar. Cave Echoes ya lleva tiempo haciendo ruido, pero debido a que no podían alejarse del sonido post-punk estándar, su presencia era casi imperceptible dentro de la escena; sin embargo, ahora están haciendo voltear a más de uno por la potencia de su música, que sigue bastante inclinada por ese género, pero hay vestigios de una ambición que poco a poco va creciendo. La agrupación se vería bastante beneficiada por la presencia de un integrante más -ya sea en guitarra o sintetizador- o con un mejor manejo de dinámicas, pues después de un par de canciones, la experiencia se torna un poco monótona. Aún así, la presencia de la banda sobre el escenario -aunque un tanto desperdigada- mantiene el interés pues su energía es contagiosa.
Es una lástima que haya elementos que sólo parecieran reservarse a su presentación en vivo -como la manipulación sonora- pues estos indudablemente le añadirían bastante a la estética sonora de la banda y harían que el encasillarlos en un sólo género sea más difícil.
La ejecución de las canciones fluyó sin algún percance y la distribución de volúmenes y presencia de cada instrumento estuvo muy bien cuidada, dotando al bajo de una muy necesitada acentuación; este retumbaba con claridad, dándole profundidad a las canciones en especial cuando se acoplaba al unísono con la guitarra. Cuando esto sucedía, la banda parecía haber invocado a integrantes fantasmas para complementar su sonido. Mientras el bajo y la guitarra se fusionaban en el registro grave, gracias a los acordes abiertos se creaban disonancias que le añadían bastante textura a las piezas en que esto sucedía. Podría decirse que esta dinámica es el sonido Cave Echoes y es algo que, de ser perfeccionado, podría colocarlos en shows más variados.
Naturalmente, la música de esta banda tiene toques de rock alternativo; incluso, en un desvío total de su ominosa presencia, su tema "Stalingrado" es una especie de mezcla entre The Strokes y Bauhaus en sus momentos menos oscuros -de hecho, hay mucha semejanza con estos últimos debido a la voz y los repetitivos riffs graves- demostrando que Cave Echoes tiene más de una faceta para ofrecer. Al terminar "H", sue tema más bailable, el set llegó a su final y aunque varias personas habían optado por irse al "lobby", los que decidieron quedarse terminaron bastante satisfechos con la presentación del cuarteto tijuanense.
Una vez más, Moustache/Nómada fungió como el punto de encuentro para una ceremonia musical; en esta ocasión, fue una llena de matices oscuros, pero con hilos de luz que se difuminaban entre una mística neblina. Frente a una cantidad modesta de audiencia -pero que, con total entrega, compensaron todo ese espacio vacío- Kælan Mikla se desenvolvió totalmente sobre ese escenario que ya ha sostenido el peso de artistas de la talla de Low y Julia Holter, confirmando ese encanto que cautivó al mismísimo Robert Smith al punto de sentirse compelido a invitarlas a formar parte de la alineación del Meltdown Festival, que en su edición más reciente, fue curada por el icono del post-punk.
Antes de que diera comienzo el show, quedé de verme con dos integrantes de Cave Echoes y su manager, quienes le brindaban un breve tour por la sexta a Sólveig (tecladista) y Kinnat (encargada de visuales y mercancía). Tras perderme por unos segundos (pues tenía más de 7 años sin entrar al Zebras) por fin llegué a la apretada mesa en la que México e Islandia convivían con cerveza en jarra y una ronda de shots de mezcal y pude agradecerles por el tiempo que se tomaron para contestar la entrevista que les envié unos días antes; después de una breve plática sobre cómo en Islandia es costumbre ahumar los alimentos con excremento de oveja (yummy) y de su incertidumbre al recibir ese correo electrónico por parte del Sr. Smith, nos dirigimos al Moustache/Nómada caminando por la desolada acera de la renovada -y terriblemente irreconocible- calle 6ta.
El recinto ya contaba con audiencia y mientras se hacían los preparativos finales para arrancar la noche, poco a poco fueron apareciendo más y más rostros. La playlist bastante ad hoc se fue apagando y comenzaron a sonar unas tétricas notas provenientes de un solitario bajo. La gente formó un semicírculo frente al escenario y cada uno de los integrantes de la primer banda asumió su rol.
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I. TzukánEl honor de abrir este evento cayó en manos del cuarteto tijuanense de post-punk, Cave Echoes, quienes con su densa mezcla de ritmos repetitivos, potentes bajeos y riffs que no estarían fuera de lugar en un álbum de black metal, obligaron a un atento público a hacer headbanging y bailar. Cave Echoes ya lleva tiempo haciendo ruido, pero debido a que no podían alejarse del sonido post-punk estándar, su presencia era casi imperceptible dentro de la escena; sin embargo, ahora están haciendo voltear a más de uno por la potencia de su música, que sigue bastante inclinada por ese género, pero hay vestigios de una ambición que poco a poco va creciendo. La agrupación se vería bastante beneficiada por la presencia de un integrante más -ya sea en guitarra o sintetizador- o con un mejor manejo de dinámicas, pues después de un par de canciones, la experiencia se torna un poco monótona. Aún así, la presencia de la banda sobre el escenario -aunque un tanto desperdigada- mantiene el interés pues su energía es contagiosa.
Es una lástima que haya elementos que sólo parecieran reservarse a su presentación en vivo -como la manipulación sonora- pues estos indudablemente le añadirían bastante a la estética sonora de la banda y harían que el encasillarlos en un sólo género sea más difícil.
Cave Echoes. Imagen por Braulio Lam. |
Cave Echoes. Imagen por Braulio Lam. |
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II. Drottningar kvöldsins
Aunque no llegó más gente -o al menos no al punto en que fuese notorio- los que ya se encontraban presentes, se apresuraron a acaparar algún punto disponible cerca del escenario. Esto denotaba que quienes estaban ahí, realmente estaban emocionados por la oportunidad de ver al trío islandés, el cual, afortunadamente, no se tomó mucho tiempo para subir al escenario.
Si la memoria no me falla, en un par de ocasiones me he referido a las tocadas que he tenido oportunidad de cubrir como "ceremonias" o "rituales", pero esta vez no es necesario utilizar esas palabras como analogías o como hipérboles para romantizar los recitales por mi melomanía. Cuando se apagaron las luces, desde el bajo y el teclado sonaba una nota extendida que jugaba con la expectativa del público. Esta no dejaba de crecer y en algunas instancias, Sólveig y Laufey (voz) dejaban escapar suspiros entonados a manera de llamado y respuesta. Mientras la tensión seguía creciendo, Laufey -quien portaba un ceremonial vestido que cedía majestuosamente ante la gravedad, como el agua en Glymur- comenzó el ritual quemando incienso en un pequeño caldero, meciéndolo lentamente, con la intensión de cubrirnos a todos con su esencia. De esta manera, Kælan Mikla abría el portal hacia su dimensión, donde las auroras boreales brillan desde el subsuelo, y las nubes hacen erupción.
Inmediatamente, después de esta hipnótica introducción, Mikla irrumpió full band en su primer tema de la noche. La sincronía fue tan precisa, que el público rompió en un emotivo aplauso antes de comenzar a moverse al ritmo de la música. La ejecución y el sonido en general eran tan perfectos que daba la impresión de ser playback. Esto me llamó bastante la atención, pues Kælan demostró un alto nivel de madurez como músicas profesionales durante todo su set. Los indicadores de que se trataba de un acto en vivo y no de mímica escénica fueron un ligero titubeo en el bajo y una nota "extra" en el sintetizador. Sólveig, la responsable de este instrumento, sin duda es quien mantiene a flote a la banda, pues es quien maneja la caja de ritmos, algunos loops y el sintetizador. Hay mucho margen de error, ya que Sólveig tiene que cambiar beats sin dejar de presionar las teclas del sintetizador y también tiene que mover las diferentes modulaciones de este para generar sonidos con frecuencias diferentes. Con esto no se pretende minimizar las actividades de las otras dos integrantes. Kælan Mikla indudablemente es la suma de todas sus partes y su éxito se debe a esta distribución de talento. El aporte de cada una es inminente para la identidad y el crecimiento de la banda. El potente bajo nunca perdía sincronía con los beats y la voz de Laufey nunca se desvió de tono, siempre se manteniéndose clara sin importar si se trataba de un grito o un suspiro.
Cuando el set llegó a su fin, el público no se dio por vencido tan fácilmente y este no dejaba de aplaudir y celebrar lo que acababan de presenciar. El trío islandés se mostró bastante agradecido, y tras una reverencia a su audiencia, estas se bajaron del escenario para dirigirse al camerino; sin embargo, el público de esta noche era uno que se rehusaba a la idea de que este momento tan mágico tuviera que terminar. Los gritos y los aplausos no paraban, convenciendo a la agrupación a tomar de nuevo el escenario para una canción más.
Si la memoria no me falla, en un par de ocasiones me he referido a las tocadas que he tenido oportunidad de cubrir como "ceremonias" o "rituales", pero esta vez no es necesario utilizar esas palabras como analogías o como hipérboles para romantizar los recitales por mi melomanía. Cuando se apagaron las luces, desde el bajo y el teclado sonaba una nota extendida que jugaba con la expectativa del público. Esta no dejaba de crecer y en algunas instancias, Sólveig y Laufey (voz) dejaban escapar suspiros entonados a manera de llamado y respuesta. Mientras la tensión seguía creciendo, Laufey -quien portaba un ceremonial vestido que cedía majestuosamente ante la gravedad, como el agua en Glymur- comenzó el ritual quemando incienso en un pequeño caldero, meciéndolo lentamente, con la intensión de cubrirnos a todos con su esencia. De esta manera, Kælan Mikla abría el portal hacia su dimensión, donde las auroras boreales brillan desde el subsuelo, y las nubes hacen erupción.
Kælan Mikla. Imagen por Braulio Lam. |
Kælan Mikla. Imagen por Braulio Lam. |
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Al finalizar el evento, la agrupación escandinava se dirigió a su stand y la mayoría del público se unió a ellas. Este fue uno show donde el apoyo se extendió más allá de sólo comprar el boleto de entrada. El público contribuyó adquiriendo mercancía y mostrándose bastante agradecido con la banda, pidiendo tomarse fotos con ellas después de hacer una compra, eso sin mencionar su total entrega mientras Kælan Mikla tocaba. No hubo ningún momento de silencio incómodo o en que el público se notara distraído.
Todos bailamos, aplaudimos, gritamos y de hablar islandés, habríamos coreado las canciones.
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g.n.h.
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